Franz-Josef Murau padece una obsesión y una especie de «complejo de lugar natal» que bien podría resumirse en un solo topónimo: Wolfsegg. Allí creció Murau, contra Wolfsegg tuvo que desarrollarse y de allí hubo de huir. Ahora, instalado en Roma, se ve obligado a volver tras el fallecimiento de sus padres y su hermano en un accidente de automóvil. El rechazo del lugar más detestado le hace comprender, no obstante, la necesidad de superar ese odio corrosivo.
Quizá pueda curarse escribiendo sobre Wolf-segg, el lugar sobre el que ahora le ha tocado poner orden, y esos apuntes llevarán el título de Extinción. Su único objetivo es aniquilar el tema del que se ocupan, dejar sin raíz ni sentido todos los significados de la palabra Wolfsegg.