No recuerdo nada de los primeros años de mi vida, solo cuando fui creciendo lo que era obvio para el resto me comenzó a parecer obvio. Había algo raro en mí, algo misterioso. La gente me trataba de una manera extraña a veces. Qué raro. Creía que mi mano se la había comido la Panchita, mi gata. Qué raro. Había algo malo en mí, lo sentía a veces, algo no estaba bien. Oía susurrar a mis padres cosas sobre mí que no entendía. Los niños hablaban al oído con los adultos y luego me señalaban. Era como si todos supieran un secreto. Yo tenía algo que no se podía decir». Ana María nació con el síndrome de Moebius, una rara condición congénita que compromete algunos músculos de la cara, esos que permiten sonreír, mirar hacia los lados, mover las cejas, cerrar bien la boca. En ocasiones, Ana María no podía reconocerse en las fotos: no era ella la que aparecía en esa imagen, porque estaba segura de que había sonreído. Ese rostro, ese cuerpo, no era el suyo.
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